UN GOBIERNO CIVIL-CASTRENSE

 

      El Gobierno maliense combina militares y civiles para conducir al país a las presidenciales dentro de 18 meses

Como informa la periodista  Beatriz Mesa de la revista digital mundonegro.com, la emergencia de un nuevo Malí está sobre la mesa del Gobierno de transición tras el golpe de Estado del pasado 18 de agosto que desbancó de la silla presidencial a Ibrahim Boubakar Keita (IBK). La desintegración del régimen maliense se produce también después de meses de descontento popular en los que los malienses exigían reformas para un país golpeado por la inseguridad, la corrupción y la imparable desviación de dinero público destinado a sectores como la educación o la sanidad.

El tercer productor de oro y el primero de algodón del continente africano se hunde cada vez más ante la impasible mirada de las élites políticas y económicas locales, regionales e internacionales. Ahora, se le ha presentado al país una nueva oportunidad con un reformado equipo de gobierno de 25 miembros entre los que destacan tres figuras clave: Bah Ndaw, exministro de Defensa, quien encabeza la transición; le siguen en términos de poder el coronel Goita, uno de los ejecutores del golpe de Estado, y el primer ministro, Moctar Ouane, un diplomático de carrera. Los tres se enfrentan a 18 meses de transición hasta la celebración de unas elecciones de las que se espera una mayor transparencia que en la última convocatoria, en la que el derrocado IBK renovó por segunda vez. Para entonces pueden suceder varios escenarios. Por un lado, que el heterogéneo movimiento popular M5-RFP, conducido, entre otros, por el líder religioso, el imam ­Mahmoud Diko, termine fracturándose a causa de las luchas internas de poder o, por otro lado, que el movimiento consiga constituirse en identidad política y, por tanto, compita electoralmente con nuevos rostros y agendas. En este sentido, se plantea si el imam Diko se mantendrá estrictamente en su rol de «autoridad moral» que le ha permitido durante estos últimos años legitimarse en la escena nacional maliense y movilizar a las masas como ninguna figura pública ha conseguido hacer desde la independencia de Malí o, de lo contrario, transitará hacia la política mediante su activismo islámico.

Numerosas alarmas saltaron cuando Diko creó en septiembre de 2019 la Coordinadora de Movimientos, Asociaciones y Simpatizantes (CMAS), una estructura político-religiosa que, de formalizarse con este doble cariz, colisionaría con el principio constitucional de laicidad del país. El incremento del salafismo institucional a través del tejido social que ha ido forjando el imam Diko bajo el impulso de los países del Golfo ha comenzado a erosionar el islam tradicional sufí –la vertiente mística de la religión islámica en Malí–. Esta figura popular de la corriente wahabí ha ganado terreno en la esfera religiosa maliense –abandonada por las élites en el poder–, lo que ha desembocado en una fuerte competición entre los reformistas wahabíes y los tradicionalistas sufíes. Tanto es así que para los próximos meses de transición se plantean interrogantes sobre el papel del islam político en la nueva configuración de Malí después de la victoria de la movilización social que ­desembocó en el golpe y en la que el imam fue una pieza fundamental.

 La emergencia de un nuevo Malí está sobre la mesa del Gobierno de transición tras el golpe de Estado del pasado 18 de agosto que desbancó de la silla presidencial a Ibrahim Boubakar Keita (IBK). La desintegración del régimen maliense se produce también después de meses de descontento popular en los que los malienses exigían reformas para un país golpeado por la inseguridad, la corrupción y la imparable desviación de dinero público destinado a sectores como la educación o la sanidad.

El tercer productor de oro y el primero de algodón del continente africano se hunde cada vez más ante la impasible mirada de las élites políticas y económicas locales, regionales e internacionales. Ahora, se le ha presentado al país una nueva oportunidad con un reformado equipo de gobierno de 25 miembros entre los que destacan tres figuras clave: Bah Ndaw, exministro de Defensa, quien encabeza la transición; le siguen en términos de poder el coronel Goita, uno de los ejecutores del golpe de Estado, y el primer ministro, Moctar Ouane, un diplomático de carrera. Los tres se enfrentan a 18 meses de transición hasta la celebración de unas elecciones de las que se espera una mayor transparencia que en la última convocatoria, en la que el derrocado IBK renovó por segunda vez. Para entonces pueden suceder varios escenarios. Por un lado, que el heterogéneo movimiento popular M5-RFP, conducido, entre otros, por el líder religioso, el imam ­Mahmoud Diko, termine fracturándose a causa de las luchas internas de poder o, por otro lado, que el movimiento consiga constituirse en identidad política y, por tanto, compita electoralmente con nuevos rostros y agendas. En este sentido, se plantea si el imam Diko se mantendrá estrictamente en su rol de «autoridad moral» que le ha permitido durante estos últimos años legitimarse en la escena nacional maliense y movilizar a las masas como ninguna figura pública ha conseguido hacer desde la independencia de Malí o, de lo contrario, transitará hacia la política mediante su activismo islámico.

Numerosas alarmas saltaron cuando Diko creó en septiembre de 2019 la Coordinadora de Movimientos, Asociaciones y Simpatizantes (CMAS), una estructura político-religiosa que, de formalizarse con este doble cariz, colisionaría con el principio constitucional de laicidad del país. El incremento del salafismo institucional a través del tejido social que ha ido forjando el imam Diko bajo el impulso de los países del Golfo ha comenzado a erosionar el islam tradicional sufí –la vertiente mística de la religión islámica en Malí–. Esta figura popular de la corriente wahabí ha ganado terreno en la esfera religiosa maliense –abandonada por las élites en el poder–, lo que ha desembocado en una fuerte competición entre los reformistas wahabíes y los tradicionalistas sufíes. Tanto es así que para los próximos meses de transición se plantean interrogantes sobre el papel del islam político en la nueva configuración de Malí después de la victoria de la movilización social que ­desembocó en el golpe y en la que el imam fue una pieza fundamental.

 


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